Hoy es casi el cumpleaños de mi sobrina. Casi el día de mi cumpleaños. Casi domingo, casi el primer día de verano… Y podríamos seguir así eternamente porque todos los días son (o pueden ser) un “casi día”.
He vivido toda mi vida en los casi días.

Así me han criado, o quizás, al menos un poco, así nací, suspendida en la espera del día en que hubiera podido abandonar mi pequeño pueblo de Piamonte, en que habría terminado la universidad, cantado en un karaoke, encontrado el trabajo de mis sueños, etc, etc. Pero si acabas creyendo de verdad en los casi días, el riesgo es que se conviertan en lo único a celebrar. Se corre el riesgo de vivir toda una vida en los casi días, atrapados en la vorágine de las grandes excusas y las coartadas perfectas.
He conseguido convertir un par de casi días en primeras veces: dejé el pueblo en 2007, me mudé con perfectos desconocidos en 2008, dejé al menos 2 relaciones perfectas con chicos perfectos…
Todos los casi días que convertí en primeros días fueron los mejores de mi vida. Siguen siendo los mejores días de mi vida.
Me he dado cuenta de que hay buenas esperas y casi días que se disfrazan hábilmente de actos preparatorios, pero no son más que bultos de miedo y sentimiento de inadeguación.
Pero la espera nunca nos miente. La espera está hecha de los días previos a la Navidad, de la ansiedad antes de un examen, de las horas previas a un debut, previas a lanzar un proyecto nuevo… Las esperas son hermosas porque son la última curva antes de la recta que lleva a la meta, que puede ser una bandera, el clic de un cronómetro o una línea de arena que se desvanecerá al llegar, pero está ahí esperándonos: es real, es cierta.
Los casi días no son bonitos, son días llenos de frustración porque nos impiden cruzar la curva. Son días inmóviles, transcurridos esperando algo que nunca llegará porque somos nosotros a no movernos.
Cuesta esfuerzo, lágrimas y dosis increíbles de coraje, pero acumular demasiados casi-días equivale a construir semanas, años de perfecta inmovilidad, en los que la meta acabará siendo sólo una, siempre la misma y siempre inalcanzable: ser feliz.
No sé si soy voy lenta o si ya estoy fuera de tiempo maximo, pero tengo callos de casi días que intento rascar todos los días y cuesta esfuerzo, mucho esfuerzo, pero merece la pena. Tiene que merecer la pena.
PS: Al karaoke, todavía, no he ido a cantar.